El
23 de febrero de 1825 Bolívar, refiriéndose a todas las gracias que le
confirió el Congreso del Perú, escribe: «Me ha nombrado Padre y Salvador
del Perú; me ha decretado los honores de Presidente perpetuo; ha
mandado grabar mi busto en una medalla; me ha llamado Libertador; y me
ha obligado a encargarme del mando del Perú, y después me señala una
enorme fortuna. Yo he aceptado todo con gozo, menos lo último; porque
las leyes de mi patria y las de mi corazón me lo prohiben».
Simón
Bolívar, en efecto, llegó a ser idolatrado en el Perú. El hecho de
haberle dado la independencia, al dirigir la campaña del Sur que culminó
con la batalla de Ayacucho, significó para los peruanos la gloria
máxima. Sin embargo, los tiempos han pasado, y hoy en día en el Perú el
bolivarianismo pugna por sobrevivir, ya que se ha creado una generación
que no quiere reconocer a Bolívar como su Libertador.
Simón
Bolívar rechaza el millón de pesos que el Gobierno del Perú le había
ofrecido en recompensa a sus altos servicios. En vista de las repetidas
negativas a recibir el dinero, el Congreso pidió a Bolívar que lo
aceptara y utilizara en obras de beneficencia en las ciudades de
Colombia.
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